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 El hombre a gatas II

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Mirtokleia

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Cantidad de envíos : 8
Fecha de inscripción : 02/09/2008

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MensajeTema: El hombre a gatas II   El hombre a gatas II Empty09.09.08 6:10

El hombre a gatas

II


Cuando comenzó el colegio, sus manos y rodillas podían gateas sobre cristales rotos sin inmutarse.

-¿No han pensado en llevarle a alguna parte?

Cada principio de curso lo mismo. Los profesores llamaban preocupados, apabullándolos con un montón de ideas inútiles ¡Cómo si ellos no lo hubiesen probado ya todo!

-¿A alguna parte, señorita? –su padre se revolvía nervioso en la silla- Bueno, estas navidades tenemos pensado pasarnos una semana en la montaña. Eso ya es alguna parte, ¿no?
-No me refería a eso, yo…
-Claro. Ya sé a lo que se refería.

Además de las gamuzas atadas a las rodillas y el plástico de burbujas que últimamente había decidido ponerse en las manos (más que nada por diversión, le gustaba el sonido que producían al estallar) su madre le había colocado un bonito cinturón rojo a la cintura. En la parte de atrás tenía enganchada una pequeña argolla, a la que podía atarse una correa también roja cada vez que querían salir a la calle.
Se habían visto obligados a tomar esa medida el día que una avalancha de piernas le había arrastrado calle abajo. Dos interminables minutos rodando entre botas, zapatos y tacones afilados.
Pero eso a él no le importaba. Lola usaba la misma correa, solo que en verde, y cuando la señora del piso de abajo la sacaba a pasear, primero solía pasar por su casa.
-¿Queréis que os saque un poco al niño?
-Pues sí, muchas gracias, si no es molestia….
Así se iba, corriendo junto a Lola, mientras la buena mujer luchaba por desenredar las correas que le rodeaban las piernas.
-¡Estaos quietos, los dos! Todavía vais a hacer que me caiga.
Entonces Lola comenzaba a gimotear con lloriqueos falsos alternados con débiles ladridos.
-Dice que no te enfades, mujer, que solo estábamos jugando...

Todos esperaban que la cosa se normalizase una vez llegada la adolescencia. Nadie sabía muy bien por qué, pero suponían que el crecimiento del bigote estaba íntimamente relacionado con el asunto.
-Querrá conocer chicas, mirarlas a los ojos mientras les suelta peroratas románticas, meterles mano bajo la camisa.
Pero llegaron los catorce, los quince.
Su padre había desistido del diálogo, decidiendo que sería mejor centrarse en sus hormonas. Comenzó a dejar, distraídamente, revistas sobre la mesita de su hijo. Mujeres imponentes, de pechos enormes y labios muy rojos. Aquello debería funcionar. Si quería poner la mano sobre un buen trasero, decía, primero tendrá que despegarla del suelo. Después fueron películas, posters desplegables que ocupaban la cama entera. Pero él los desechaba todos, que estupidez más grande, que tontería.
El estaba bien como estaba, le gustaba su perspectiva del mundo. ¡Había tantas cosas interesantes en el suelo! Sobre todo estaban los pies… sí, y también los zapatos. Eso le encantaba, sobre todo en verano. Pies libres de calcetines, con arcos levantados como puentes, o vestidos con zapatos brillantes, tanto que reflejaban es sol en la punta los días claros, y la lluvia se les incrustaba como diamantes durante tormentas. Esos días pasados por agua eran sin duda los mejores. El placer de chapotear en un charco multiplicado varias veces, porque él lo hacía casi con el cuerpo entero. En las manos se colocaba sus guantes de plástico, forrados con una gruesa capa de espuma que hacía que el suelo se volviese tan mullido como el algodón. Entonces chapoteaba, y como su cara estaba tan cerca del suelo, el agua le hacía cosquillas en las narices.



Hacía mucho tiempo que las quejas y reproches habían dejado de oírse en los pasillos de su casa. De vez en cuando, un gemido breve, toses rotas. Pero nada más.
El se incorporaba con un salto de gato sobre la cama. – ¿Qué tal el día, abuela? Y le pasaba sus manos duras, ásperas sobre la frente. Entonces ella lo intentaba, se quejaba, muy bajito -No son manos de niño, esas manos…
Pero la queja ya no se incrustaba en su oído, si no que se deslizaba, sin fuerza, hacia afuera.
- ¿Qué dices, abuela? no te entiendo.
Y ella desesperaba, atragantándose con las palabras que volvían a caerle sobre la boca.
-Yo no sé quién va a coserte ahora los pantalones…


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Andrés Pons
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MensajeTema: Re: El hombre a gatas II   El hombre a gatas II Empty10.09.08 4:34

Consigues enganchar facilmente.
tienes un buen control en la narración.
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